Llámenme guajira
Anamarys Gil Méndez es una joven repentista mayabequense que conjuga lo tradicional de la décima con las nuevas tendencias del neorrepentismo
Por: Sofía Miragaya
El proyecto Oralitura Habana la llamó una vez más y Anamarys no pudo resistirse. Alex Díaz, Roly Ávalos y Abel Geronés organizaban un espectáculo inspirado en el poemario Cuarto de mala música del repentista Alexis Díaz Pimienta y la querían a ella en La Habana. El Museo Nacional de Bellas Artes se llenó el 10 de junio de trova, poemas y, lo que más animaba a la joven a dejar su pueblo en Güines: improvisación.
Antes del trayecto en carro y las horas de lluvia imparable en la capital, Anamarys se detiene frente a la Casa de la Décima de Güines. Allí llegó con ocho años al taller de repentismo infantil. Su mamá la traía desde el pueblo de San Nicolás, donde vivía en el central azucarero “Héctor Molina”, para aprender las bases de la décima espinela.
Diez versos. Ocho sílabas. Rimas consonantes. Primer verso con cuarto y quinto, segundo con tercero, sexto con séptimo y décimo, octavo con noveno. Dos redondillas y un puente. Eso le enseñó a Anamarys su profesor Lázaro Palenzuela. Nada más fácil de comprender y nada más difícil de escribir en el aire.
En San Nicolás, Anamarys cantaba desde preescolar en las fiestas del barrio y escuchaba a los cultores en guateques improvisados. Cuando se iba la corriente, en un cumpleaños, para matar el tiempo, alguien sacaba una guitarra. Pero el taller era otra cosa. Juegos de memoria, de vocabulario, de rimas y la magia de la poesía en segundos, la hicieron quedarse hasta el día de hoy, que ya tiene 23 años.
Ahora la profesora del proyecto “El Punto Cubano” es ella. Transmitir lo que una vez le enseñaron, al viejo estilo de robarle los trucos a los mayores e intentar hacerlos aún mejor, es para Anamarys “una de las experiencias más hermosas que ha vivido”.
Los niños le sonríen desde una foto en su teléfono mientras vuelve a la carretera. Matanzas, La Habana, Pinar del Río, cualquier lugar que la invite a improvisar la encuentra pronto a las puertas de la controversia. Ser repentista es una afición, pero también es lo que pone, al final del día, los frijoles sobre la mesa. Una red roja, dispareja, de cemento rápido y sin repellar choca con las espaldas de los niños y sus pulóveres del hombre del sombrero. Los nuevos mal llamados “guajiros” deberán dar mucha pelea para rescatar la décima de las lluvias que se aproximan.
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Alex Díaz y Roly Ávalos, fundadores de Oralitura Habana, imparten a menudo conferencias sobre la décima. Los dos jóvenes hacen talleres y de cualquier calle su tribuna para defender que, por haber olvidado en casa de las guayaberas y ser autóctonamente habaneros, no resultan menos repentistas que los improvisadores más experimentados.
Primer mito falso de la décima según Alex: el repentismo es una manifestación oriental. “El repentismo donde más se asentó fue en el Occidente del país. Los canarios, que vinieron a La Habana, permanecieron en los alrededores: Pinar del Río, Artemisa, Mayabeque y Matanzas”, argumenta.
De acuerdo a la investigación “Repentismo: entre el olvido y la esperanza”, de Sabrina María López Camaraza, la décima tiene una tradición de más de tres siglos en Cuba y fueron los campesinos canarios quienes la labraron en nuestra isla, a través de su propia ruta del café y el tabaco. En las provincias orientales, en cambio, tuvieron mayor arraigo las tradiciones musicales africanas.
En los años veinte la décima se extendió de las zonas rurales a las ciudades y su transmisión en las emisoras radiales abrió la Primera Edad de Oro del Repentismo cubano en la década del 40. López Camaraza destaca en esta etapa los nombres de Jesús Orta Ruíz “El Indio Naborí”, Angelito Valiente, Rigoberto Rizo y Chanito Isidrón. Llegó incluso a hacerse controversia en el Salón Rosado de la Tropical, uno de los lugares más “urbanos” de la Isla.
Aclarado el error de los oyentes sobre el origen de la décima en Cuba, salta Roly para exponer el segundo falso mito de la conferencia: todos los repentistas son guajiros, y arremete a la carga en su exposición: “Yo tengo vecinos que me dicen Palmas y cañas. Precisamente a mí que lucho por intentar darle otra visión, llegar a los públicos menos conocedores, que se acerquen, lo vean con gusto y lo incluyan en su playlist”.
El dúo de improvisadores de Roly y Alex apuesta por una mezcla de la décima tradicional con el hip hop y el rap, sin el punto guajiro de fondo, con varios pies forzados en una sola estrofa. Incluso, llegan a montar obras de teatro que incluyen la improvisación, como Cuarto de mala música. Fue Alexis Díaz Pimienta quien acuñó el término del neorrepentismo que Oralitura defiende, aquel que intenta modernizar la décima para incluir en ella a los públicos más jóvenes.
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Cuando Anamarys llega a La Habana, el dúo se vuelve cuarteto con la adición del trovador Abel Geronés a la plantilla. ¿Cómo harán para hacer de un poemario una obra auténtica de neorrepentismo?, se preguntan los cuatro en la pequeña sala del Museo Nacional de Bellas Artes.
Por suerte, ya tienen experiencia en el montaje de espectáculos nuevos. Uno de los más recordados por su público, es el Choque de Improvisadores ocurrido durante el Primer Encuentro de Improvisación Poética de Oralitura Habana en el 2019, en el que pusieron a pelear en un ring de boxeo a un rapero con un repentista.
Antes del round de improvisación, el ambiente fue tenso. En las reuniones de organización del encuentro, los raperos alegaban que solo iría su público y que, una vez empezada la confronta, no habría vuelta atrás a los insultos hacia los “cheos” practicantes de la décima. Al principio, llevaron la razón. Los espectadores gritaban “bájense”, “regresen al campo” y pedían que subieran sus raperos preferidos.
Pero, cuando llegaron las respuestas caldeadas de los repentistas, los últimos terminaron incluso ganando algunas confrontaciones a través de los votos por mensajería. Luego, mientras estaban reunidos algunos integrantes de Oralitura en el Malecón, un rapero se acercó para decirle que habían “acabado con ellos”. Lo nuevo, la necesidad de reinventarse y reunir valor para pararse enfrente de un público más joven valió la pena en ese momento.
Y valdrían la pena ahora, piensa Anamarys, que aún recuerda como los raperos debieron ser convencidos para improvisar con una mujer, porque, decían, tenían miedo de insultarla. Lo mismo sucede con los propios repentistas.
Anamarys me dirá al día siguiente, cuando nos sentemos en el café para la entrevista: “Antes eran menos, ahora somos pocas mujeres. Es un mundo muy machista. No todo el mundo quiere cantar con una mujer, siempre dicen que con nosotras cantar es más difícil. Una tiene que imponerse, esforzarse y superarse muchísimo para lograr tener un espacio entre ellos”.
Cuando tenía 15 o 16 años, un poeta preguntó, “¿y yo voy a cantar con esa niña?”. Eso le molestó, tanto que la energía pasó a sus décimas y el hombre se acercó después a pedirle disculpas: “Realmente cantaste muy bien. Yo no sabía que tú cantabas así”.
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Como llegué temprano a la entrevista, aproveché para comprar las entradas del espectáculo que sucedería un día después, el 10 de junio. Luego de comprobar que la mejor mesa era aquella que estaba debajo de un ventilador giratorio, revisé mis preguntas en el celular hasta que vi por la esquina del ojo que una mujer se aproximaba rápido hacia mí.
El reflejo me hace subir la vista y, tan pronto como lo hago, Anamarys sonríe, me saluda y se sienta a mi lado. Lleva el pelo recogido luego de tres horas de ensayo, una camiseta negra, pantalones anchos que le permitieron sentarse en el suelo sin problemas a jugar ajedrez con Alex, parte de la actuación. Alrededor del cuello, cuelgan unos audífonos grandes y pesados. Me hacen preguntarme qué música escuchará la mayabequense, si rap, reguetón, pop, salsa o punto guajiro. Debí preguntarle.
Anamarys no advierte que tiene poco tiempo, pero tampoco deja que termine las preguntas antes de responder. Su mente de improvisadora dice los cuatro primeros versos mientras prepara el final.
— Cuando eras más joven fuiste invitada a cantar en varios países…
— Sí. Mi primer viaje fue con 11 años a México, como parte de una delegación que fue a participar en una jornada que se llamaba Jornada Internacional de Niños Improvisadores, Troveros y Versadores. Cada año se realizaba en un país distinto. Después fui en el 2016 a España al Festival por la Paz y en el 2018, ya con el proyecto de Oralitura Habana (en ese entonces proyecto Rolex) fuimos a la Cumbre Latinoamericana de Rap e Improvisación Poética, también en México.
— ¿Y cómo ven la décima en esos países?
— Bueno, realmente la décima cubana es muy admirada fuera de Cuba. Dentro de Cuba igual, pero no con tanta algarabía, con tanto orgullo. En España, en Colombia, en México, siempre están a la espera de que lleguen los poetas cubanos. Según la opinión de ellos, los repentistas de Cuba logran poner más profundidad en cuanto a estilo textual y contenido de la estrofa. Siempre quieren que los cubanos cerremos el conjunto de presentaciones. Nos piden más canciones y, a veces, incluso, nos piden décimas de poetas que son de acá, que se saben de memoria.
— ¿Crees que las instituciones culturales cubanas dan suficiente promoción a la décima y el repentismo?
Últimamente, se ha hecho un mayor esfuerzo. El repentismo fue declarado patrimonio por la UNESCO en el 2017, pero todavía nos falta muchísimo. Falta apoyo, difusión, eliminar ese divorcio entre las regiones del país. Por ejemplo, Mayabeque siempre ha sido una tierra de improvisadores, pero está divorciada de aquí, de La Habana. Y como es menor la puesta en escena del repentismo, también es menor el apoyo y la difusión. Entonces, debemos acabar de romper todas esas barreras regionales y geográficas, por decirlo de algún modo, y extenderlo, unir fuerzas todos aquellos que defienden la décima.
— ¿Y se puede vivir del repentismo?
Bueno, realmente no. De repentismo solo… Yo llevo mi carrera de Español y Literatura a la par de la improvisación. Aunque ya soy una poetiza profesional, en el catálogo de una agencia de música, el estudio también tiene que ir de la mano, porque el arte un día está muy bien, pero, al otro día, está más o menos. O sea, no siempre está al mismo nivel de la vida que un ser humano con un trabajo normal requiere.
— Eres parte del proyecto Oralitura…
Sí, yo vengo con ellos desde que no era Oralitura, desde que eran Rolex, por Alex y Roly.
— Y el objetivo principal de Oralitura es modernizar la décima para que no se pierda…
Exacto, es llevarla a un público distinto. El objetivo de Oralitura es traerla acá, a La Habana, para que ese público la asimile. La décima nunca pierde su esencia, porque en todos nuestros espectáculos siempre hay música tradicional campesina, en algún momento hay décima acompañada con el punto guajiro. Pero también hemos acompañado el punto guajiro con violín, con piano, con contrabajo, hacemos poemas que intervienen en canciones, hacemos performances. Todos estos giros, todas estas nuevas formas de hacer la décima la moderniza, pero no le quitan las raíces.
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Llegó el día. Era 10 de junio y en la entrada a la sala del Museo Nacional de Bellas Artes, Roly Ávalos recogía palabras en una agenda. Azul, felicidad, familia, dijo la gente y conjugó luego Alexis Díaz Pimienta cuando subió al escenario a improvisar décimas.
Pero aún resulta muy pronto para imaginar el ascenso del maestro, pues resta que Abel Geronés cante Foto de familia mientras Anamarys gira sobre una maleta y el público enciende las linternas de sus celulares para ondearlos al ritmo de la canción: Después de todos estos años, después del tiempo y el dolor, la décima sigue viva en esta rara mezcla de lectura de poemas, teatro, trova e improvisación. La sala, para mi sorpresa, permanece casi llena, a la expectativa de lo que traerán al juego los cuatro jóvenes.
Ya no es la secundaria cuando se burlaban de Anamarys y de Alex por andar en cosa de guajiros. Ni están en aquella guagua del experimento cuando la bocina retumbó con canciones tradicionales cubanas y nuevamente el “vuelvan pal campo”, “de madre los cheos esos”, los obligaron a bajarse. Tampoco escuchan ahora a algunos que los ven con malos ojos. No hay necesidad de tanto invento, pensarán ellos… pero ya murió la juventud que se deja intimidar.
Risas cuando Anamarys busca en el público un reloj, un bolso, unas gafas de sol, y Roly Ávalos, con los ojos vendados, recita décimas que adivinan el objeto entre sus manos. Silencio cuando Alex deambula por el escenario leyendo poemas del libro de su padre. Aplausos al final, cuando solo queda la frase: “El mundo se ha llenado de impostores y el que no arriesgue su opinión no juega”.